(Artículo publicado en La Vanguardia, 11 noviembre 2013)
De
manera reiterada asistimos a debates y charlas, más o menos formales, en
entornos académicos pero también domésticos, acerca de la caducidad de los
conocimientos. Si todo tiene fecha de caducidad, o de consumo preferente, no
hay razón para pensar que lo mismo pueda afectar a los saberes. Para superar el
dilema, los expertos han acuñado el término competencia, una destreza o
habilidad que puede cambiar su forma pero no su fondo. No se puede comparar la
competencia lingüística, por poner un ejemplo, de nuestros abuelos, que la
tenían según sus tiempos, con la que debemos exigir a los estudiantes de hoy en
día. El fondo es el mismo, ser competentes en términos comunicativos, pero las
formas se han modificado sustancialmente. Podemos aplicar el mismo principio al
resto de aptitudes exigibles a cualquier persona que debamos considerar educada
para vivir en nuestro tiempo.
Como se
está viendo, hablar de esto supone apelar al relevo generacional, al proceso
mediante el cual los mayores ceden su lugar a los más jóvenes, traspasan la
cultura y el bagaje acumulado a los que vienen detrás. Por supuesto, esos
mayores conservan la esperanza de que dicho bagaje será transmitido
posteriormente «tal cual» a las generaciones posteriores. Pero el receptor
inmediato, esta generación de ahora que recoge el relevo, expresa todo su
derecho a introducir novedades y depurar lo que no considera adecuado. El
problema radica aquí, en lo que cada generación considera conveniente retener
de la anterior y postergar a la siguiente, lo cual implica establecer criterios
acerca de lo que deba considerarse valioso. El tesoro no se mantiene inalterable.
En
cualquier caso, no hay duda de que nuestros abuelos sabían cosas que hoy ni
remotamente podemos imaginar que eran importantes en su vida diaria. Pero
también es incuestionable que nuestros nietos sabrán cosas que ahora no podemos
ni siquiera fantasear. Se especula acerca del perjuicio individual, y
colectivo, que supondrá no usar la memoria, una herramienta relacionada con el
pasado. Al mismo tiempo, se aplauden los beneficios que aporta la multitarea,
esa capacidad de muchos jóvenes para atender información de manera simultánea
mediante distintos canales y que se vincula con el futuro.
La
realidad, sin embargo, es algo más dúctil pero también compleja, y damos por
valioso lo útil al tiempo que lo perenne, la comodidad al lado de la armonía,
lo profano con lo sagrado, lo viejo con lo nuevo. Cosas de la evolución.